lunes, 23 de febrero de 2009

Whisky (2004)



Agridulce historia sudamericana con reminiscencias de Aki Kaurismaki, en la que no se sabe qué es mejor, si reír o llorar. Una mujer trabaja en un modesto taller que fabrica medias y calcentines. El dueño es un tipo taciturno, de pocas palabras, egoísta. Todos los días se repite la misma rutina: ella espera a que él llegue, abre la persiana de cierre, encienden luces, ponen en marcha las máquinas... La inminente llegada del hermano de él para colocar la lápida funeraria en la tumba de la madre, muerta hace un año, exige, curioso modo de cubrir apariencias, una inesperada pantomima: él le pide a ella que simule ser su esposa el tiempo en que esté el hermano, para que parezca que lleva una vida lograda.

A partir de la trama descrita, se repiten las situaciones de humor absurdo, pequeños gags tragicómicos. La película, perfecta en su sencillez, retrata bien los tipos humanos, las miserias y grandezas, del alma humana. Aunque hay humor en la narración, domina la tristeza (el hermano ausente cuando la madre enfermó, los reproches no pronunciados, el dinero que no puede ser aceptado, el jefe desconsiderado que apaga las luces sin pensar en los demás, incluso la joven pareja de luna de miel, de la que ya se escucha una primera discusión.). Y es una excelente muestra de cómo con poco dinero y buenas ideas se pueden hacer grandes cosas.
Historia de un título
En el film no tiene un expecial protagonismo esa bebida alcohólica que a muchos chifla llamada whisky. ¿Por qué entonces ese título? Pues alude, nada más ni nada menos que a la palabra que los protagonistas pronuncian cuando se hacen fotos, para aparecer sonrientes (igual que en otros sitios dicen pa-ta-ta, o chis (cheese)). De modo que se convierte en poderosa metáfora que recuerda el riesgo de la alegría fingida.

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