lunes, 23 de febrero de 2009
La última vida en el universo (2003)
Dirigida por el tailandés Pen-Ek Ratanaruang, con el apoyo de grandes de Asia, como Tadanobu Asano y el director de fotografía de Wong Kar-wai, Christopher Doyle. Kenji es un muchacho japonés que vive en Bangkok como bibliotecario, lo que le ha convertido en un obseso-compulsivo del orden y la pulcritud, completando su personalidad con excesivas tendencias suicidas. En uno de sus intentos por quitarse la vida, es interrumpido por su hermano quien forma parte de la mafia Yakuza japonesa. En paralelo, se nos muestra a Noi, una joven peleando con su hermana por el novio de una de ellas.
Cuando se junta el talento es casi imposible que una película pase desapercibida, y esta no hay por donde menospreciarla: Tadanobu Asano en una actuación siempre rozando con lo magistral, la fotografía de Christopher Doyle y la dosis cómica gracias a los cameos de Takashi Miike, todos bajo la batuta del director de esta pretenciosa orquesta, el tailandés Pen-Ek Ratanaruang.
Cuatro personalidades ya consolidadas en el cine asiático que nos regalan una cinta que habla de la incapacidad de comunicarse en un mundo distinto, de la frustración de sentirse indiferente, incomprendido y solitario, pero que a la vez afirma que siempre existe un alma gemela esperando hasta en el peor momento de tu vida.
Tadanobu Asano es un bibliotecario japonés que reside en Tailandia y que, a pesar de tener los ojos rasgados, es “extranjero” y, por la personalidad que transmite, lo es en cualquier lugar del mundo. Obsesivo con el orden, tristemente aburrido de sí mismo, sus pensamientos transcurren en la intención casi patética de querer arrancarse la vida a través de frustrados suicidios. Quizá un timbre, el despertador o su hermano Yakuza tocando a su puerta, son los frenos que limitan sus impulsos autohomicidas.
Pero es el destino quien le impide suicidarse, a fin que llegue a conocer a una joven tailandesa, totalmente opuesta a él, desordenada y consumidora de marihuana que tiene como única meta viajar a Osaka en Japón, cansada de seguir siendo “extranjera” en el país en el que vive.
El motivo que los une, además del azar, es el compartir la ausencia de personas cercanas a ellos. Él pierde a su hermano en una vendetta entre Yakuzas en su propio apartamento y ella, en un accidente automovilístico, ve morir a su hermana al intentar parar el suicidio de nuestro protagonista.
El dolor, la ausencia de alguien cercano, los une a pesar de sus largas diferencias. Una simbiosis que Ratanaraung ha sabido concatenar a través de esa visión de mundos tan distintos, el de él, sumido en el orden casi acariciando la perfección, y el de ella, en completo caos en una casa que quiere olvidar para siempre, pero que al confluir juntos forman un universo nuevo que se nutre de sus silencios, de sus diferencias hasta lingüísticas, de sus ganas de escaparse de lo que los margina, encontrando si se le puede llamar amor, en esa necesidad de ambos de estar junto al otro, sin siquiera saber por qué.
Es que la relación que nace es extraña, bizarra y a su vez entrañable. Ella encuentra en él la forma perfecta de reconstruir su caos y el encuentra en ella la chispa de vida que necesitaba para no quitarse la suya. Todo narrado lentamente con incluso demasiada pausa, Ratanaraung quiere ser pulido en detalles, poner el humor en los momentos menos inesperados sin ser una comedia, y hacernos enternecer con un romance tan inverosímil pero a la vez mágico, tanto, que aparece un Miike, en el papel de Yakuza vengador, que con unos cuantos diálogos se roba los minutos finales de la película.
La última vida en el universo no me parece una película fácil de entender ni de seguir. Su química consiste en llenarnos de interpretaciones y significados que van de la mano con las diferencias de los protagonistas, pero que, en el fondo, tan solo nos cuenta una historia de amor más que diferente y que para muchos puede parecer demasiado surrealista, e incluso hasta demasiado pausada, pero que en el esfuerzo de seguirla, uno se puede llevar más que una merecida recompensa.
5 estrellas
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