jueves, 5 de marzo de 2009

Con amor, Liza (2002)



Frente a aquellos que deciden apearse de la vida –algo que no necesariamente es sinónimo de sui-cidio, aunque en este caso así sea–, la otra cara de la moneda, de la tragedia más bien, viene re-presentada por los que se quedan, por los que continúan rodando, ahora por inercia, a lo largo de la carretera después de haber perdido a un ser querido que se ha lanzado contra el arcén, y no pueden evitar seguir mirando por el espejo retro-visor aquello que queda atrás. Los que se quedan son, en definitiva, los que siguen vivos para sufrir. El vacío físico se llena pronto de desconcierto, de dolor y, tal vez lo que es aún peor, de lacerantes preguntas que vienen a cuestionar motivos, responsabilidades y culpas... Y ya se sabe que para remover estas sinrazones, cada uno se constituye en su peor ene-migo. Eso es "Con amor, Liza", ópera prima de Todd Louiso: la reacción pos-terior a la desgracia que experimentan el marido y, más secundariamente, la madre de Liza, una joven que se ha quitado del medio por voluntad propia de-jando una carta de despedida para su esposo, dentro de un sobre que éste no se atreve a abrir.
Tras esta muerte repentina y aparentemente inexplicable, el protagonista, Wil-son Joel, un diseñador de páginas web, también suelta las riendas de su vida, refugiándose en los vapores de gasolina y siguiendo la estela de un grupo de aficionados a las competiciones por control remoto de barcos, coches y avio-nes a pequeña escala.
La gasolina es, en realidad, el leit motif de la película, el asunto que le da consistencia temática, ya sea como medio o como metáfora. Como se nos insinúa, Liza le dijo adiós al mundo encerrada en el garaje de su casa, respirando el gas que vertía el tubo de escape de su automóvil. Es también la droga que inhala Wilson para mantenerse alejado de la dura realidad, devinien-do un adicto. Es el combustible (en este caso, un producto sintético) de ese avión de juguete que quiere emprender el vuelo, pese a que nunca llegue a hacerlo. Y es, en los minutos finales, un vehículo para la redención que deja abierta la puerta a una nueva posibilidad de vida. Así, el fuerte olor a gasolina impregna la cinta, y se convierte en ese "chivato" que llama la atención de los conocidos de Wilson, quienes ignoran todavía su dependencia.

Se puede reconocer en "Con amor, Liza" un notable retrato del "después de", una radiografía hecha de silencios, movimientos cansinos, hábi-tos abandonados, rostros apesadumbrados y fati-gados, ojos hinchados y enrojecidos, camas de matrimonio vacías que son substituidas por man-tas en el suelo, neveras que sólo exhiben en sus estanterías bidones de gasolina, largos viajes por carretera y paradas obligatorias en las estaciones de servicio para "repostar"... Y en ese ajustado retrato del desmoronamiento, del sufrimiento y del miedo tiene mucho que ver la brillante composi-ción y el saber hacer de Philip Seymour Hoff-man, uno de los mejores actores de su gene-ración, que con este papel deja de ser un se-cundario de lujo para convertirse, con toda probabilidad, en la tabla de salvación de este proyecto... pero menuda tabla de salvación: excelsa. Por-que, lamentablemente, igual que no se puede construir una novela en base a una única frase descriptiva, repetida a lo largo de sus páginas, tampoco una película puede llegar a avanzar demasiado colmándola de sucesivas instantá-neas de un mismo motivo. Y en eso falla el presente film, en que no hay una trama que desarrollar. Apoya todo su peso dramático y su evolución en la ima-gen patética que nos ofrece este nuevo viudo, en los desencuentros con su suegra Mary Ann (la estupenda pero aquí desaprovechada Kathy Bates), en los despropósitos que hace y dice bajo los efectos de su particular narcótico, buscando en ocasiones una risa que aligere la tensión pero que, personalmen-te, se me antoja difícil evocar...
"Con amor, Liza" es una película triste, doliente, opaca, algo desperdi-gada y confusa, muy en consonancia con el estado de ánimo que arrastra su personaje central, y con las canciones intimistas y melan-cólicas de su banda sonora. Esto se logra mediante un tiempo remolón, una narración un tanto inconsistente e irregular y, en gran medida, a través de pla-nos que siguen de cerca la degradación y el hundimiento del deprimido Wilson. Si ése era su objetivo, lo cumple. No obstante, la falta de acontecimientos con más fuste que hagan progresar el relato, la entrada de algunos caracteres se-cundarios no del todo justificados, el ritmo pausado y la imprecisión en el tono, lastran el resultado final, algo que se percibe ya desde los primeros minutos de la cinta y que se va confirmando a lo largo del metraje.
"Con amor, Liza" recibió el Premio al Mejor Guión en el Festival de Sundance 2002, responsabilidad de Gordy Hoffman, hermano de Philip Seymour. Sin embargo, se trata de un libreto al que todavía le falta limar muchas asperezas y rellenar bastantes huecos, y que, si no hubiera contado con estos dos mag-níficos intérpretes para darle vida, mucho me temo que la cosa hubiera perdido puntos de forma irremisible.
Es imposible que yo desaconseje una película protagonizada por Philip Sey-mour Hoffman y más si se encuentra en pleno estado de gracia como aquí. Pe-ro huelga decir que si "Con amor, Liza" llega hasta donde llega, es gracias al trabajo de este impresionante actor. Si no se encontrara a la cabeza del repar-to, este título podría hacerse bastante prescincible.

3 estrellas

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