Después del gran éxito de su particular revisión del género negro, "Chinatown", Polanski se atrevió con una propuesta más modesta y radical, "El quimérico inquilino". Adaptación de una novela del dibujante, ilustrador, dramaturgo y novelista Roland Topor, esta película muestra numerosas similitudes con "Repulsión", otra de sus obras mayores. Un viaje a la locura a través del esperpento que se oculta tras la convención que toda sociedad erige para defenderse de sus propios demonios.
"El quimérico inquilino" cuenta el descenso a los infiernos de Trelkovsky, un personaje tímido, cordial, interpretado por el mismo Polanski, en el momento que alquila la habitación donde Simone Schoule (Dominique Poulange) vivió antes de lanzarse por la ventana. La presencia cada vez más inquietante del resto de los vecinos, monstruos de anodina apariencia, mezquinos ejemplares de la bellaca moral imperante, provoca en el protagonista una angustia que le lleva a proyectar sus miedos sobre una realidad que siente como hostil. Trelkovski queda preso de un mundo irreal, enfermizo, de atmósfera turbadora, aterradora...
Polanski ha conseguido conjugar en esta magnífica película los aciertos de la novela original con otros más personales. Bien es cierto que las afinidades entre él y Topor, ambos polacos de nacionalidad francesa que tuvieron que enfrentarse a los horrores del nazismo, son numerosas. Pero Polanski no era por aquel entonces un mero y anodino ilustrador. Al contrario que en su adaptación de "Oliver Twist", académica y encorsetada, el director de "El baile de los vampiros" consigue en "El quimérico inquilino" una película cuyos innegables méritos deben ser en buena parte atribuidos al inmenso talento que despliega tanto en su complejidad descriptiva como en la capacidad para crear texturas absorbentes. A través de una visión surrealista, siniestra, rebosante de cinismo y humor negro, Polanski potencia las obsesiones creativas de Topor con las suyas propias y le da a su película un tono de profundo delirio, de belleza salvaje y ponzoñosa, de fascinante imaginería psicoanalítica sólo comparable a la ya mencionada "Repulsión" y "Cul de sac".
La simbología que derrocha "El quimérico inquilino" ayuda a tejer la urdimbre que atrapa y devora a Trelkovsky. Los agujeros, rendijas, aberturas de todo tipo, señalan las puertas a un más allá que se agazapa en los rincones de la cotidianeidad de la habitación. Extrañas figuras de hombres y mujeres aparecen, quietas, rígidas, como fantasmas de cera, en el interior del inquietante retrete decorado con jeroglíficos egipcios donde Simone Schoule se quita las vendas... presencias invisibles, intangibles, pero no corpóreas, hacen acto de presencia. Se desbordan las fronteras que separan lo fantástico de lo real y el espectador empieza a compartir con el protagonista la misma zozobra existencial...
"El quimérico inquilino" es una de las obras maestras del cine europeo, única en su capacidad para cautivar a través de un turbador ejercicio de maestría fílmica , de la música alucinógena de Philippe Sarde y de una fotografía de colores sucios, agresivos, de Sven Nykvist, colaborador de Bergman y Tarkovsky.
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