viernes, 27 de febrero de 2009

28 días después (2002)



Unos activistas en contra de la vivi-sección y a favor de los derechos ani-males irrumpen de forma fortuita en un laboratorio científico con la inten-ción de liberar a unos monos que su-fren un peligroso experimento. Con ello y sin quererlo, liberan un virus de-vastador que se contagia a los huma-nos por la sangre. 28 días después un joven despierta del coma en un hospi-tal sin saber qué ha pasado. Gran Bretaña está desierta. Mientras cami-na por Piccadilly Circus y el puente de Westminster sin una vida humana visible, se da cuenta de que el Apocalipsis ha llegado a la isla. Así comienza "28 días después", uno de los títulos más inte-resantes de este verano, dirigido por el siempre polifacético Danny Boyle. Siguiendo los pasos de autores como George R. Stewart, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss, John Wyndham, Roger Zelazny y so-bre todo acopiando la esencia del inevitable Richard Matheson y su obra maestra "Soy leyenda", el director de "Trainspotting" prolonga los propósitos artísticos y conceptuales de la germinal "La noche de los muertos vivientes" de George A. Romero dejándose llevar por una ineludible inquietud por la cinefilia y cinefagia al evocar en sus planos la materia prima del ‘Giallo’ italiano y su malsana mezcla de ‘fumetti nero’, un granulado espeso y un peculiar pictoricismo que envuelve la ennegrecida atmósfera de esta novísima película de cul-to.

Lo que en principio parece una revi-sitación por todos y cada uno de los tópicos del cine de ciencia ficción postapocalíptica, se transforma en manos de Danny Boyle y su guionista Alex Garland en una interesante pro-puesta a medio camino entre el thriller y el género de terror, pero también en una reflexión analítica sobre la natura-leza humana, sobre la soledad, sobre la situación política y militar, la popu-larización de un subgénero y una vo-luntad que se encauza hacia las he-rencias literarias de los vasos comunicantes entre la ficción ameri-cana y la anglosajona. En este círculo de referencias llenas de un alterado moralismo encubierto bajo el terror de la trama, lo más in-teresante de esta película (mal llamada) innovadora es la utilización de la cámara digital, sustraída directamente del movimiento ‘Dog-ma’ y utilizada en favor de un montaje diligente y con ritmo para ob-tener como resultado una sugestiva y astuta sensación de inmedia-tez, de carácter documental, donde las escenas de acción abarcan un tono ultrarrealista al más puro estilo ‘Nu-Metal’ cinemático. De cadencia frenética y atmósfera puramente expresionista, la textura densa e irrespirable ofrece una particular visión de la irrealidad en los movimientos de los infectados, de la rabiosa locura que se sus-trae en cada encuadre, determinado en un plano digitalizado en el que un campo representa una obra de Van Gogh. Como si Boyle reconociera una deuda artística con el pintor al presentar su histo-ria en una gama oscura y sombría, poniendo así en evidencia el in-tenso deseo de expresar la miseria y los sufrimientos de la humani-dad. Un signo de expresionismo con significado de adulterado esta-do de tormento que no duda en utilizar colores que se rompen, con convulsivas y perspectivas alucinatorias.

Con un argumento que rebasa los tópicos del género (como ejemplo el hecho de evitar que el contagio infec-cioso sea duradero, lo que elimina la posibilidad de sospecha en los prota-gonistas) y los personajes bien dibu-jados en una afrobritánica que escon-de bajo su fuerte personalidad las du-das sentimentales más existenciales del filme o el joven de buen corazón débil y asustadizo que se revela como un auténtico animal vengativo, junto al padre y la hija dispuestos a sobrevivir en un mundo incierto, el ci-neasta británico se atreve a explicar el comportamiento vampíri-co/infeccioso a través de disciplinas como la psicología, la fisiolo-gía y fundamentalmente, la atormentada vida en soledad de los pro-tagonistas que, alcanzando el objetivo de salvación en manos del ejército, descubren la verdadera bestia en el propio ser humano, en la demencia desarrollada en aquellos seres adiestrados para matar. "28 días después" es pues una película invulnerable, elegante en su factura, perspicaz, capaz de conducir sus personajes hacia si-tuaciones donde todo depende de su (nuestra) comprensión de la naturaleza humana.

Con esta obra centrada en el com-portamiento de personas cotidianas encuadradas en una situación límite e intimidados en todo momento por una violencia que les es ajena, Boyle ha querido distanciarse de la actitud en la que esa amenaza maléfica convier-te al rol en egoísta y violento, pero manteniendo en todo momento su ob-jetivo por demostrar que, en último término, tiene que llegar la total des-humanización, el lado más oscuro de la condición humana que acaba por evidenciar lo que para muchos sociólogos y filósofos eru-ditos es un hecho fehaciente: la sociedad descompuesta represen-ta al hombre actual. Una película que, como bien se puede com-probar echándole un vistazo a la cartelera, es una panacea contra el aburrimiento y la ratificación del talento de Danny Boyle en el alicaído panorama cinematográfico europeo.

4 estrellas

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