jueves, 16 de febrero de 2012

Blade Runner - Director's Cut (1992)



A veces ocurre que uno se topa con una película que marca su vida. Porque aunque obras maestras hay muchísimas en la historia del séptimo arte, seguramente podemos contar con los dedos de una mano aquellas que supusieron un punto de inflexión en nuestra forma de entender el cine, o incluso la vida misma.


Blade Runner" ha sido considerada en diversos circuitos de críticas especializadas como una de las mejores obras del género de la ciencia ficción y también está presente en muchas listas que la incluyen como una de las 100 mejores películas de la historia del cine.

En el momento de su realización entre 1981 y 1982, la compañía Warner Brothers invirtió cerca de 24 millones de dólares en su producción, una cifra sobredimensionada para la época, en la que Ridley Scott sobrepasó todos los presupuestos iniciales, razón que llevó a que en su momento fuera despedido, pero luego reincorporado nuevamente, para su proceso final.

Desafortunadamente en su exhibición en Estados Unidos no fue un gran éxito de taquilla, ya que solo en este país pudo recoger 14 millones de dólares, a pesar de que tenía al director de la impactante película de terror "Alien" y a la gran estrella del momento, el norteamericano Harrison Ford, quien venía de realizar grandes éxitos de público como las dos primeras partes de "La guerra de las galaxias" y la primera parte de la saga de "Indiana Jones".javascript:void(0)

Fue finalmente el tiempo el que dio la última palabra sobre la magnitud de esta obra. Cuando los primeros espectadores esperaban una función llena de grandes efectos, persecusiones y enfrentamientos como en las películas anteriores de su director y protagonista, "Blade Runner" presentó una visión futurista de la humanidad muy triste y sombría, técnicamente avanzada pero espiritualmente vacía. Fuera de Estados Unidos si tuvo un gran reconocimiento, especialmente en Inglaterra donde ganó sin discusión en los premios de la Academia Británica de las Artes del Cine y la Televisión BAFTA en las categorías de mejor cinematografía, diseño de vestuario y dirección de arte.


Poco a poco comprendemos que ese asombroso discurso final de Rutger Hauer es, además de fascinantemente poético, una reflexión brillante sobre la fugacidad de la vida y la insoportable levedad del ser. Que Nietszche se esconde tras la escena en que Roy “mata a Dios”, su Dios particular: el de la biomecánica, y él, reflejo del superhombre, ocupa su lugar. Que vislumbramos a Descartes cuando Pris le contesta a J. F. Sebastian “Pienso, luego existo”, demostrando irrefutablemente que tiene tanta entidad y valor como cualquier ser humano y dando a la vez el argumento definitivo por el cual todo replicante tiene derecho a la vida. Y que hasta Platón y su Mito de la Caverna subyacen en el personaje de Rachel, quien se halla prisionera de falsos conocimientos, ajena a la verdadera realidad - pues sus recuerdos, que ella cree propios, no son sino implantes.

Además de todo ese sustrato filosófico se tratan temas tan accesibles y universales como la soledad – que acecha, sobre todo, a J. F. -, la libertad arrebatada, la identidad del ser – extrapolemos interrogantes del caso de Rachel: ¿vivimos nuestras propias vidas o estamos sujetos a los moldes que otros han creado? -, la irracionalidad de la discriminación – puede que, después de todo, uno esté hecho de la misma madera que aquello que odia (Deckard --> El unicornio, el brillo en los ojos, ‘kinship’…) -, la ética frente al avance genético… y, por qué no, el amor, inherente a la naturaleza de cualquier ser vivo – humano, o replicante -.

A lo mejor la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Pero deja una cicatriz en nuestra retina. Si algo queda tras la destrucción de los soportes, de los “looks”, de los diseños, de las estéticas temporales, que siempre pasan, estará en Blade Runner, seguro. No sé lo que es. Pero sé que lo tiene y sé que nunca se perderá en la lluvia.

"Yo, he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir". Roy Batty

La identidad del antihéroe:

Cuando Deckard se escurre de la viga, Roy (Rutger Hauer) lo agarra del brazo y grita "Kinship!" (parentesco, lazo de sangre). Curiosamente, no aparece la palabra ni su traducción en los subtítulos.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que Deckard pueda ser un replicante?

- En el libro de Philip K. Dick, no lo es.
- En la versión inicial de la película, en ningún momento se sugiere que pudiera serlo.
- Harrison Ford asume el papel de un policía con graves problemas de conciencia pero su personaje nunca es inhumano. En palabras de Nietzsche, yo diría que es humano, demasiado humano.
Y...

- Ahí está la ensoñación del unicornio, con trazas de ser un sueño recurrente del blade runner. Las fotos, los recuerdos.
- La figurita dejada por Gaff (Edward James Olmos) en el apartamento da a entender que conoce los secretos más íntimos de Deckard. ¿Cómo es posible, si apenas lo ha tratado? ¿Ha consultado acaso los archivos que contienen el misterio de su identidad?

Tal y como queda todo en la versión definitiva, no albergo dudas acerca de que Scott quiere decirnos que Deckard sí es un replicante.

El "Kinship!" agónico de Roy tampoco admite polisemias.

Otra cosa es que eso encaje en la impresión que nos produce el personaje.

lunes, 13 de febrero de 2012

El quimérico inquilino (1976)



Después del gran éxito de su particular revisión del género negro, "Chinatown", Polanski se atrevió con una propuesta más modesta y radical, "El quimérico inquilino". Adaptación de una novela del dibujante, ilustrador, dramaturgo y novelista Roland Topor, esta película muestra numerosas similitudes con "Repulsión", otra de sus obras mayores. Un viaje a la locura a través del esperpento que se oculta tras la convención que toda sociedad erige para defenderse de sus propios demonios.

"El quimérico inquilino" cuenta el descenso a los infiernos de Trelkovsky, un personaje tímido, cordial, interpretado por el mismo Polanski, en el momento que alquila la habitación donde Simone Schoule (Dominique Poulange) vivió antes de lanzarse por la ventana. La presencia cada vez más inquietante del resto de los vecinos, monstruos de anodina apariencia, mezquinos ejemplares de la bellaca moral imperante, provoca en el protagonista una angustia que le lleva a proyectar sus miedos sobre una realidad que siente como hostil. Trelkovski queda preso de un mundo irreal, enfermizo, de atmósfera turbadora, aterradora...

Polanski ha conseguido conjugar en esta magnífica película los aciertos de la novela original con otros más personales. Bien es cierto que las afinidades entre él y Topor, ambos polacos de nacionalidad francesa que tuvieron que enfrentarse a los horrores del nazismo, son numerosas. Pero Polanski no era por aquel entonces un mero y anodino ilustrador. Al contrario que en su adaptación de "Oliver Twist", académica y encorsetada, el director de "El baile de los vampiros" consigue en "El quimérico inquilino" una película cuyos innegables méritos deben ser en buena parte atribuidos al inmenso talento que despliega tanto en su complejidad descriptiva como en la capacidad para crear texturas absorbentes. A través de una visión surrealista, siniestra, rebosante de cinismo y humor negro, Polanski potencia las obsesiones creativas de Topor con las suyas propias y le da a su película un tono de profundo delirio, de belleza salvaje y ponzoñosa, de fascinante imaginería psicoanalítica sólo comparable a la ya mencionada "Repulsión" y "Cul de sac".


La simbología que derrocha "El quimérico inquilino" ayuda a tejer la urdimbre que atrapa y devora a Trelkovsky. Los agujeros, rendijas, aberturas de todo tipo, señalan las puertas a un más allá que se agazapa en los rincones de la cotidianeidad de la habitación. Extrañas figuras de hombres y mujeres aparecen, quietas, rígidas, como fantasmas de cera, en el interior del inquietante retrete decorado con jeroglíficos egipcios donde Simone Schoule se quita las vendas... presencias invisibles, intangibles, pero no corpóreas, hacen acto de presencia. Se desbordan las fronteras que separan lo fantástico de lo real y el espectador empieza a compartir con el protagonista la misma zozobra existencial...

"El quimérico inquilino" es una de las obras maestras del cine europeo, única en su capacidad para cautivar a través de un turbador ejercicio de maestría fílmica , de la música alucinógena de Philippe Sarde y de una fotografía de colores sucios, agresivos, de Sven Nykvist, colaborador de Bergman y Tarkovsky.